Page 13 - Royalty Witches 1
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Normalmente acercarse al animal familiar de otra bruja era algo impen-
                sable, pero Kat y Cookie se llevaban muy bien.
                  Se hizo el silencio absoluto en el salón y solo quedó el retumbar de unos
                pasos firmes y largos. Kat miró por encima de su hombro y vio que la canci-
                llera Mokoena, seguida de otros oficiales de la Liga, avanzaba diligente por
                el pasillo entre el mar de sillas.
                  Kat oyó que a Kibibi se le cortaba la respiración. No la podía culpar. La
                cancillera Mokoena era una mujer impresionante. Su piel era como el ébano
                y sus ojos turquesa estaban en ascuas. Andaba con una seguridad y una
                autoridad que cualquiera envidiaría. Kibibi la admiraba mucho.
                  Cuando la mujer llegó al fondo de la sala, se colocó detrás de un intri-
                cado atril dorado. Bajo un brazo llevaba un gran pergamino enrollado y
                a Kat le dio un vuelco el corazón. Mokoena miró a todos los asistentes al
                tiempo que apuntaba con su mano hacia el enorme espejo. Al momento,
                el reflejo empezó a desdibujarse y un montón de líneas brillantes apare-
                cieron en su lugar.
                  —Brujas y brujos de Taika, se acerca el Año Nuevo, y con él llega la Liga
                de la Corona, en la que lucharán los brujos de dieciséis países, repartidos en
                ocho direcciones, para ganar cuatro coronas.
                  A su lado, Kibibi resopló y se inclinó ligeramente hacia Kat.
                  —¿Hay alguien que no sepa todo esto? ¿Por qué se empeñan en expli-
                carlo cada vez?
                  Alguien le dio una patada a la silla de Kat y ella intentó no pegar un
                bote. Kibibi y ella se dieron la vuelta y se toparon con la cara de enfado de
                Zweli Nkosi. El chico taladró a Kibibi con su mirada oscura y le soltó un
                latigazo en su lengua nativa. Kibibi se lo devolvió con firmeza antes de dar-
                se la vuelta con un golpe brusco y acabar con rizos en la boca. Kat hizo lo
                mismo y procuró adelantarse un poco en su silla, para poner distancia con
                la máxima discreción posible. Nkosi le sacaba tres cabezas y estaba a punto
                de acabar la Academia; intimidaba a Kat incluso cuando lucía una sonrisa,
                cosa que no era muy frecuente.
                  —Después de lunas y lunas de ceremonias de selección —continuó la
                cancillera Mokoena con su potente voz—, por fin ha llegado el momento
                de saber qué reinos competirán en la Liga para cambiar su futuro.
                  Kat notó cómo su estómago se retorcía con fuerza. Las líneas del espejo
                dejaron de bailar y lo que allí brillaba ahora era un enorme mapa de Taika.
                Cada frontera, cada reino, cada posible adversario.



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