Page 12 - Royalty Witches 1
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a Kat y luego se fijó en el espléndido paisaje. La luz del sol rebotaba sobre
              la oficina y le daba un brillo tornasolado. Kat alargó una mano y cogió la
              suya. Kibibi empezó a beber su té con calma. El día era horrible, pero ese
              momento no estaba nada mal.




              Kat no había estado jamás en el salón de la Oficina Central de la Liga,
              pero lo había visto incontables veces. Paredes perladas, un techo altísi-
              mo, enormes cristaleras en forma de rombos sinuosos cubiertas de cor-
              tinajes de seda y, al fondo, un gigantesco espejo circular. A su alrededor,
              decenas de espejos más pequeños que lo rodeaban formando un halo
              iridiscente.
                 Había filas y filas de sillas blancas, ocupadas en su totalidad, con brujas y
              brujos de todos los rincones del mundo. Por suerte para Kat, todos los que
              venían de ASAME, la Academia Superior de Artes Mágicas Elementales, se
              sentaban en la misma sección, con lo que tenía a Kibibi a su lado. Había
              movido su silla al máximo para pegarse a ella y agarraba con dos dedos
              la tela de su pantalón, pero su amiga no se había quejado. Miró al frente
              y buscó sus caras en el reflejo del enorme espejo. Le costó un poco, pero
              cuando finalmente localizó la salvaje melena castaña de Kibibi, que ni el
              enorme sombrero lograba disimular, se le encogió el corazón. Kibibi tenía
              los labios ligeramente apretados y su vibrante piel oscura se veía pálida. Si
              Kat no la conociera, le habría parecido que era una persona seria, pero la
              conocía bien y Kibibi estaba angustiada.
                 Kat soltó su pantalón y, con delicadeza, subió su mano hasta la muñeca
              de Kibibi, en la que descansaba su brazalete vital. Cogió la cuenta más grande
              entre sus dedos y la acarició suavemente.
                 —Cookie —susurró.
                 Al cabo de un momento, la cuenta se iluminó y apareció la ratoncita.
              Tenía el pelaje pardo, unos ojos muy vivos y unas orejas tan grandes que
              podía envolverse con ellas. El animal familiar miró un momento a Kat, an-
              tes de volverse hacia su dueña y escalar por su uniforme hasta colarse por el
              cuello de su camisa para ponerse donde lo hacía siempre, sobre la clavícula
              derecha de Kibibi con las orejitas cosquilleándole el cuello. Kibibi subió
              la mano del brazalete para acariciar ligeramente a Cookie y le regaló una
              pequeña sonrisa a Kat.


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